LA ENSEÑANZA DE LA
HISTORIA ESCOLAR EN COLOMBIA: UN RECORRIDO DE IDA Y VUELTA.
La expedición de la ley 1874 del 27 de diciembre de 2017, aprobada por
el congreso de la república y sancionada por el presidente de Colombia, ha
generado una importante discusión entre quienes tienen que ver con la enseñanza
escolar de la historia en el país. La ley ordena “restablecer” la enseñanza
obligatoria de la historia de Colombia como una disciplina integrada a las
ciencias sociales. Con ella se espera que los estudiantes reflexionen sobre las
dinámicas de la paz y la guerra que ha experimentado Colombia, generando
posibilidades de reflexión, convivencia pacífica, reconciliación y que aporte a
la construcción de una paz duradera, muy a propósito de los acuerdos de paz
firmados entre la guerrilla de las FARC y el Estado Colombiano en 2016.
Más allá de la discusión sobre la supuesta novedad o no de la ley, que
no es el objeto de este escrito, el hecho nos sirve de excusa y punto de
partida para analizar los propósitos que desde el siglo XIX han motivado las
reformas y cambios importantes en la enseñanza de la historia escolar en un
país tan convulsionado como Colombia. Sólo si nos sumergimos en los procesos
históricos de esta enseñanza, en sus alcances, intereses, impactos y prácticas,
podremos comprender por qué nuestro presente educativo en esta área tiene las
fortalezas y debilidades que se aprecian en la actualidad, que preocupan tanto
a quienes están relacionados con el mundo de la educación como al Estado y a la
“opinión pública”.
Teniendo en cuenta lo anterior, el presente artículo buscará darle
respuesta a preguntas tan pertinentes para nuestro presente educativo como:
¿Cuáles han sido los intereses políticos e ideológicos que han marcado el
diseño de las políticas educativas relacionadas con la enseñanza de la historia
en el país? Y en consecuencia ¿Cuáles han sido las finalidades que se le han
adjudicado a la historia en dicho contexto? Para ello, será necesario
remitirnos a los inicios de este proceso y hacer un recorrido hasta nuestro
presente, para entender “cómo hemos llegado a ser como somos” en relación a la
enseñanza de nuestra historia.
La enseñanza de la Historia en Colombia tiene varios antecedentes
importantes en el siglo XIX. Como Mireya González [2011] ha planteado, su
origen se remonta al plan de estudios para las escuelas de parroquia y cantón
que el general Santander propuso en 1826. Así mismo, se cita su inclusión como
materia obligatoria en las Universidades de la república en 1836 y su
reconocimiento como materia en el decreto legislativo de 1850, que bajo el
gobierno del general José Hilario López estructuró los colegios nacionales. Sin
embargo, es claro que estos primeros intentos no se llegaron a realizar
completamente en la práctica, por lo que se duda de su presencia real en las
escuelas del país que existían por aquellos años.
Luego de 1870, se deja ver en el país una importante hibridación de
diferentes teorías que llegaban desde Europa, entre las que empezaba a resaltar
por su impacto la que se ha denominado de forma muy genérica como positivismo.
En este marco, se puede ubicar la creación de la cátedra de Historia Patria en
1871, que se convierte en el referente más claro de la presencia de la
enseñanza de la Historia en los planes de estudio del país.
Ya desde 1850 se podía observar que a la Historia se le había adjudicado
un uso social que tenía dos caminos: el primero, en los colegios nacionales,
dirigido a la educación de los sectores sociales más elevados: se trataba de un
conocimiento erudito, que pretendía un acercamiento global al pasado de la
civilización occidental. El segundo, estaba dispuesto para sectores un poco más
amplios de la población y tenía una clara intencionalidad pedagógica, con el
fin de implantar un ideario patriótico a través de la Historia. Para lograrlo,
se centraba únicamente en repasar el periodo de la Nueva Granada, tiempo en el
que se elogiaba la forma en la cual los padres de la patria habían logrado la
libertad y se encaminaron a darle una independencia como nación.
En este periodo de finales del siglo XIX, la enseñanza de la Historia
estuvo acompañada de la lógica, la retórica, la gramática, el latín y el
griego. Se trataba de una historia episódica, secuencial, centrada en narrar
ciertos acontecimientos a modo de crónica, con el decidido interés de educar en
ciertos valores morales y legitimar la independencia de España y la vida republicana,
a la vez que se ejercitaba la memoria y la erudición. La historia patria
sintetizó los escritos históricos realizados hasta el momento, construyendo una
narración lineal, cronológica, de sucesos que iban apareciendo en un orden
“progresivo”, “evolutivo”, desde un estado primigenio hacia uno civilizado. Así
mismo, se utilizó la biografía como forma narrativa recurrente para su
enseñanza, pues permitía construir una imagen moralizante y ejemplificadora de
los llamados “padres de la patria”, a quienes se convertía en prohombres. Es
decir, los manuales de historia decimonónicos eran expresamente narrativos, ya
que los procesos explicativos y reflexivos se consideraban ajenos a los
propósitos de las escuelas públicas [Arias, 2015].
Como lo muestra Gilberto Loaiza [2007], para la década de 1870, los
gobiernos liberales intentaron formar a un tipo particular de maestro de
escuela, a través de la implementación de las escuelas normales, donde se
recibía una formación basada en el modelo pestalozziano. En este contexto, el
maestro debía personificar los ideales laicos y republicanos, convirtiéndose en
el ciudadano modelo y comprometiéndose con la vida social y política de las
ciudades y distritos, compitiendo con la preeminencia local del cura, el
alcalde y el gamonal.
Para Liliana Arias, la Historia se insertó a la escuela a través de los
siguientes procesos:
“Primero, la voluntad administrativa de formalizarla como un contenido escolar.
Motivado por el interés de instaurar una simbología patriótica de cara al
establecimiento del proyecto de republicano, compartido con algunas diferencias
por liberales y regeneradores conservadores.
Segundo, el fomento,
realización y circulación de manuales para la enseñanza de la historia. La
aparición de manuales evidenciaba el interés por inaugurar una tradición en un
campo de saber al demarcar las fronteras temáticas, conceptuales y
metodológicas aceptadas dentro del mismo. Tercero, la creación de
rituales, como la fiesta de la bandera, que instauraron una tradición respecto
a los usos sociales de la historia escolar. Los contenidos de la asignatura
constituyeron el soporte para los actos conmemorativos de veneración de los
símbolos patrios. Práctica que se mantuvo hasta finales del siglo XX”. [Arias,
2015, p. 35].
En la década de 1880,
los gobiernos conservadores que tomaron el poder, emprendieron un proceso de
reorganización del país, en el que intentaban centralizar la república,
redificar las instituciones, normalizar la economía y ordenar lo que
consideraban el desorden estatal dejado por la experiencia liberal. El gran
hito de este proyecto fue la expedición de la Constitución Política de Colombia
de 1886, en la que, además de lo ya nombrado, se oficializa la influencia de la
iglesia católica en las lógicas del Estado, en particular con la firma del
concordato de 1887 entre el Estado y la Santa Sede, donde la educación de la
nación se encarga al clero.
Bajo este proyecto
denominado regeneración, luego de la guerra de los mil días, los gobiernos
conservadores de los albores del siglo XX continuaron la idea decimonónica de
que la enseñanza de la historia en la escuela debía centrarse en mantener el
orden y la unidad de la nación, enarbolando la imagen de la patria. Bajo la
necesidad de fortalecimiento de la identidad nacional en este territorio, se
creó la Academia de Historia en 1902 y se estableció como entidad estatal en
1909, con el objetivo de difundir la historia oficial del país, basada en unas
pretensiones científicas - positivistas. Es importante resaltar que, junto a
ella, también se expidió la Ley orgánica de Instrucción Pública de 1903, en la
que se institucionalizaba la historia como un saber escolar que ayudaría a la
formación moral de los colombianos.
La Academia de
Historia se convirtió en el ente organizador de la concepción metodológica y
epistemológica para desarrollar la historia en el país, ya que ésta aún no
existía como disciplina profesional en Colombia. Sus planteamientos estaban
claramente centrados en una idea historiográfica basada en el positivismo, lo
que permeó las forma de entender la historia en el país durante gran parte del
siglo XX. Pero su influencia se extendió a la historia escolar, ya que, al ser
una entidad oficial, participó de manera decisoria en los lineamientos que se
plantearon para la enseñanza de la historia en Colombia, al menos durante la
primera mitad del siglo XX. Ésta, se asume como el inicio de una larga relación
entre el saber escolar y el saber académico en torno a la historia nacional.
Dicha alianza se materializó en la publicación del manual de historia de
Gerardo Arrubla y Jesús María Henao, quienes fueron los ganadores del concurso
organizado por el gobierno en 1910, gracias al cual su libro de texto tuvo una
amplia difusión en las escuelas del país [Sánchez: 2013].
Para González [2011],
es en este momento en el que emerge el nacionalismo en Colombia, un intento por
construir una idea de identidad cultural unificadora, basada en el imaginario
de una historia común, una raza fuerte y un territorio integrado. La historia
escolar cumpliría un papel fundamental en este proyecto, pues era la encargada
de divulgar la biografía de un territorio llamado Colombia y a incentivar en
sus habitantes una relación de pertenencia a él.
Para la autora, se
desarrollaron al menos tres discursos sobre el nacionalismo en el país, y en
cada uno la Historia escolar se convirtió en la piedra angular del proceso. Un
primer discurso fue el nacionalismo liberal, que se basó en la necesidad de
poner de acuerdo a los diferentes sectores sobre los problemas de orden
nacional, para lo que se debía hacer un consenso con la naciente clase obrera y
el campesinado. Los dos grandes propósitos del proyecto eran obtener la
nacionalización de los recursos naturales y las reivindicaciones de los
trabajadores del campo y la ciudad. Como se dijo, uno de los elementos
fundamentales para lograr estos objetivos era la educación en las escuelas,
pues se podría hacer uso del creciente interés por los discursos científicos
para construir una nación civilizada. Así pues, se observa que la construcción
de la nación se entendía como un proceso puramente intelectual.
Un segundo discurso
nacionalista que se plantea para la época es el conservador, de origen
decimonónico. Basados en los desastrosos acontecimientos de la guerra de los
mil días y en la cercanía de las celebraciones del centenario de la
independencia de Colombia en 1910, se consideró necesario fortalecer la
enseñanza de la historia en las escuelas para enarbolar el orgullo patrio, así
como el amor y la fidelidad a la nación, que debía unir a todos los
colombianos. Para concretar el proyecto, se organizó un programa de historia y
se estableció la educación cívica.
El tercer discurso
nacionalista que se presentó es el de origen católico. Se basaba en la
desconfianza que generaban las nuevas ideas que llegaban desde el extranjero y
que estaban impulsando el proceso de modernización en el país. Se asumía que
dichas ideas estaban minando los valores tradicionales propios y que era
necesario resguardar dichos valores y mantener un orden sostenido en la
hegemonía moral de la iglesia católica.
El último discurso
nacionalista que se identifica para la época es el de carácter indigenista, que
buscaba establecer una autenticidad americana. Este discurso asumía que la
nación antecedía incluso a la llegada de los españoles al territorio, en un
claro intento por glorificar “la raza”.
Así, Oscar Saldarriaga
[2003, p.76] hace notar que la estrategia discursiva general de la
modernización del sistema escolar en Colombia se basó en usar los avances
metodológicos y tecnológicos de los saberes experimentales [pedagogía
pestalozziana], pero siempre conservando los mandatos morales, relacionados con
la iglesia católica, para el accionar del individuo, la sociedad y el Estado.
De esta manera, se intentó trascender las diferencias políticas entre los
partidos conservador y liberal, durante la segunda mitad del siglo XIX y las
primeras décadas del siglo XX.
Para Alejandro Álvarez
[2007], es claro que durante las primeras tres décadas del siglo XX,
coexistieron y se influenciaron dos narrativas sobre la historia, determinadas
por la finalidad de su enseñanza escolar: de un lado la humanista, y de otro la
académica. Esta última se identifica con claridad desde la reforma educativa de
1903, en la que se intenta construir una identidad nacional, basada en los
referentes teóricos del momento: recopilación cuidadosa de fuentes primarias,
mayor reserva en la formulación de hipótesis y teorías propias, dejando que las
fuentes hablen por sí solas, como lo promulgaba Ranke.
Bajo estas premisas,
se formuló una propuesta de enseñanza de la historia por periodos y por grados,
que continúa hasta nuestros días. Los periodos se establecieron así: indígena,
conquista, colonia, independencia y república. Dichos periodos se encuadraron
en los grados escolares: en tercero la conquista, en cuarto la colonia, en
quinto la independencia y en sexto la historia patria.
Como lo plantea Arias
[2015], el sesgo personalista, heroico, aleccionador y moralista de esta
historia, deja ver una concepción elitista de la misma, pues asume que el
liderazgo político de las grandes gestas y procesos del país, sólo puede ser
asumido por los sectores dirigentes del país. Así, la historia escolar se
convierte en una apología al poder, dado su interés ideológico y sus usos
políticos y sociales.
En adelante, las
reformas educativas de los gobiernos liberales [1930 – 1946] introdujeron al
país los postulados de la pedagogía activa, como el nuevo camino para la
modernización de la educación, enfatizando en los intereses del alumno y
haciendo uso del método globalizador. Además, para el caso de la historia
escolar, se planteó el uso de categorías temporales y espaciales, que
permitieran el desarrollo de un pensamiento racional alrededor del tiempo,
desde el contexto de los estudiantes.
Con la llegada de los
liberales, los maestros ocuparon un importante papel como sujetos de la
política nacionalista y centro del proyecto educativo. En 1932 se creó la
Facultad de Educación de la Universidad Nacional, un año después, la facultad
de Ciencias de la Educación para mujeres de la misma universidad, dependiente
del Instituto Pedagógico Femenino, aunque aquella sólo duraría dos años. En
1934, la Escuela Normal de Varones de Tunja, se convirtió en Facultad de
Educación. En las tres facultades tenía presencia la Historia.
La Escuela Normal
Superior asumió varias de las responsabilidades antes encargadas a la Academia
de Historia. Así, la formación de maestros de Historia para la escuela, fue
asumida por una sección que utiliza por primera vez en el país la denominación
de ciencias sociales, de la nueva Facultad de Ciencias de la Educación en 1933,
que además de la Geografía, en ocasiones acompañaba a la Historia de la cívica
[1939] o de la Filosofía [1935]. Ya para 1938, se puede decir que la historia
se desprende del campo de las humanidades y la Filosofía, pues para aquel año,
en la Escuela Normal Superior se incluyó dentro de lo que se llamaría: Ciencias
Sociales.
La llegada de
profesores extranjeros a la Escuela Normal Superior, con una fuerte formación
académica en Historia, influyó de manera importante en la trasformación de las
formas en que se hacía Historia en el país. Bajo ciertas premisas marxistas, se
empezó a concebir la Historia disciplinar desde unos presupuestos metodológicos
y conceptuales que se interesaban en superar la centralidad de la Historia
política y se enfocó en explicar los problemas nacionales e internacionales, lo
que conllevaría, entre otras cosas, a criticar la Historia patria difundida por
la Academia de Historia.
En este contexto, el
gobierno de Alfonso López Pumarejo adoptó en 1936 la Convención sobre la
Enseñanza de la Historia, planteada por la VII Conferencia Internacional
Americana, realizada en Uruguay. Como resultado, el gobierno ordenó la revisión
de los libros de texto escolares de Historia y Geografía. En adelante, se
involucraron importantes cambios en los planes de estudio de la Historia
escolar: se estableció una constante relación pasado–presente, se hizo un uso
pedagógico de los postulados de disciplinas como la Psicología [en la
distribución de contenidos por grados], la Geografía y la Sociología; se aplicaron
nociones propiamente históricas a la enseñanza, se reconoció la cultura
indígena y se abrió el espectro para acercarse a los procesos históricos
globales.
Es necesario señalar
que, aunque la finalidad moral de la educación siguió conservando su primacía,
convivió sin antagonismos con la narrativa científica, relacionada en primera
instancia con el positivismo y los modelos pedagógicos del momento. Luego, en
las décadas del 1930 y 1940, la producción histórica para la enseñanza estuvo
dirigida a los propósitos de las ciencias sociales en la educación, es decir,
la democratización de la cultura, relacionada con los planteamientos de la
escuela activa, ampliamente preconizados por sus representantes, en especial
Agustín Nieto Caballero. Es decir, el arraigo
de la Historia patria en la escuela, permitió que coexistiera de manera
simultánea con las ideas de la escuela nueva.
Otro aspecto que se
mantuvo durante largo tiempo fueron los libros de texto para la enseñanza
escolar de la Historia en el país. Durante el segundo cuarto de siglo, el
modelo establecido por el manual de Henao y Arrubla [1910] se continuó
reproduciendo en los diferentes libros de texto. En 1942, el gobierno decretó
la no utilización de libros de texto oficiales, sin embargo, para esa década
aún circulaban algunos textos escolares escritos por integrantes de la Academia
de Historia. En los años 50 aparecieron nuevos manuales producidos por las
comunidades religiosas, con una estructura de contenido similar a los de la
Academia, pero con innovaciones didácticas. En la década de 1970 se presentaron
algunos cambios en los contenidos e importantes innovaciones en las
orientaciones didácticas, basadas en los planteamientos de la Psicología
moderna, motivando a los estudiantes a realizar ejercicios y actividades
permanentes [Silva, 2012].
Para 1946 regresaron
los conservadores al gobierno y en 1948 acaecieron los acontecimientos
violentos generados por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, candidato liberal
a la presidencia de Colombia. En este contexto de fuerte conflicto social y
político, se asistió a un retroceso en relación con los avances alcanzados en
la educación hasta ese momento, que se expresa en el refuerzo del papel
moralizador de la escuela, afincado en la iglesia católica. Así, se utiliza la
educación para contener la crisis del país, lo que significó la intensificación
de la enseñanza de la Historia patria, centrándose en el respeto a la autoridad
del Estado.
Esta intención se
materializó en el decreto 2388, del 15 de julio de 1948, en el que, según
Álvaro Acevedo y Gabriel Samacá [2012], el gobierno nacional intentó cohesionar
la nación y dignificar a la ciudadanía a través de la educación, formando
hábitos democráticos, creando un orgullo patrio, disminuyendo la confrontación bipartidista
y convenciendo al pueblo de no levantarse contra las jerarquías civiles
establecidas. Para lograrlo, entre otros, se declaró la obligatoriedad del
estudio de la Historia en todos los grados, se ofrecieron premios en efectivo y
diplomas honoríficos para profesores destacados, se ubicaron retratos de
Santander o Bolívar en cada salón de clase y se consagraron los colegios a un
“patrono cívico”. Vale la pena anotar que, en este proyecto educativo, el
gobierno contó con la asesoría de la Academia Colombiana de Historia, quienes
se encargaron de autorizar los textos escolares que se usarían en las aulas, la
preparación del material literario y audiovisual y la realización de la cátedra
superior de Historia de Colombia.
Al empezar la segunda
mitad del siglo XX, en especial desde la década de 1960, en Colombia se
inaugura una nueva etapa en lo concerniente a las políticas públicas de
educación. Con los procesos económicos y políticos a nivel mundial tendiendo
hacia la globalización, la idea que tomaba fuerza era la de llevar los
beneficios del desarrollo a los países subdesarrollados, quienes debían
articular sus planes nacionales de desarrollo a las directrices de ciertos
organismos internacionales encargados de inyectarles capital. Es este contexto,
se ingresa en el camino de la tecnología educativa [Guerrero, 2011].
En un primer momento,
fueron las misiones Currie [1943] y Lebret [1956] las que ayudaron a dar el
viraje a la educación nacional, a través de la introducción de la
planificación. De esta manera, se empezaron a realizar los panes quinquenales
que buscaban la escolarización de la mayoría del país, a la vez que se
definieron los planes y programas de estudio, con lo que se pretendía tener un
mayor control del quehacer docente de parte del Estado; la inspección de los
textos escolares fue compartida con la Academia de Historia y la formación
inicial de docentes quedó casi completamente en manos de las nuevas facultades
de educación.
De esta forma, se
llega al decreto 045 de 1962, expedido por el Ministerio de Educación Nacional.
Partiendo de éste, en 1963 se ubican los programas de estudios sociales y
Filosofía en el primer y segundo ciclo de educación media. Se puede decir que
en este momento se asiste a una especie de tránsito entre las ideas centradas
en formar un sentimiento patriótico y las concepciones que se planteaban la
necesidad de darle a los estudios sociales mayor importancia en la construcción
de la democracia y el desarrollo.
Las ciencias sociales
como tal, apenas se estaban conociendo en el país, por lo que los llamados
estudios sociales se presentaron en esta reforma a través de la unión de sus
partes: la Historia, la Geografía, la Cívica y la Urbanidad. Así, para la
enseñanza de la Historia se enfatizó en el orgullo prehispánico y en la idea de
una comunidad americana; en la Geografía, se llamaba a crear la imagen de una
nación privilegiada por sus características naturales, mostrando el interés por
construir una educación más práctica e industriosa, relacionada a la identidad nacional;
con los símbolos patrios se intentaba construir nociones de orden y respeto a
la constitución y al Estado como “forma de organización perfecta”, lo que
conllevaría al respeto a la autoridad y a las normas establecidas.
Algo para resaltar de
los programas de 1963, es que en ellos se pueden encontrar formas activas de
enseñanza, junto a formas tradicionales que perduraron:
“Propuestas
“novedosas” como la observación del entorno inmediato, el acercamiento a los
documentos históricos, la comparación entre el pasado y el presente o la
utilización de material audiovisual se entrecruzaban con otras “tradicionales”
como las “fechas-jalones” o el uso sistemático de las biografías. La enseñanza
de la Geografía se basaba en los mismos principios, aunque pretendió introducir
otros recursos relacionados con la inventiva, el juego y la creatividad, como
los rompecabezas y los “viajes imaginarios” [Acevedo y Samacá, 2012: 231].
Para la década de
1970, González [2011] nos muestra que se presentó en el país una nueva reforma
educativa, esta vez marcada por los programas de mejoramiento cualitativo de la
educación y Mejoramiento del Currículo del Ministerio de Educación Nacional,
impulsado por la Organización de Estados Americanos [OEA] para Latinoamérica.
Para 1975, el Ministerio realizó un análisis diagnóstico sobre la educación en
el país, en el que se planteaba la obsolescencia de las metodologías y
contenidos de enseñanza escolar, lo que hacía necesario un proceso de
modernización y actualización, que se llevaría a cabo de mano de los nuevos
desarrollos de la psicología y las disciplinas escolares. Así, el MEN decidió
atacar el problema de eficiencia del sistema por medio de la reducción de
costos operativos, mientras que para mejorar la calidad de la educación se
encaminó a la formulación de nuevos programas curriculares.
Es así que, según
Carolina Guerrero [2011], toman protagonismo en la educación el conductismo y
la tecnología educativa [con influencia de behaviorismo], en particular desde
1975 y 1976 con el Programa Nacional de Mejoramiento Cualitativo de la
Educación, planteado en el decreto 1710/63, donde se consolidan los programas
de Ciencias Sociales, su currículo y los medios educativos. Por medio del
decreto 1419/78 se adoptó la tecnología educativa, argumentando que permitía
modernizar la educación en Colombia, lo que se traduciría en un mayor control
del conocimiento impartido y de los procesos pedagógicos, a través del llamado
diseño instruccional.
Por su parte, el
currículo de ciencias sociales se basó en el modelo sociológico norteamericano
denominado estructural-funcionalista [que aborda el sistema social desde la
interdependencia funcional entre las estructuras social, económica, política y
cultural]. Así, los programas adquieren un enfoque funcional e institucional
[familia, escuela, barrio] y una realidad administrativa [municipio,
departamento], entendiendo la realidad como una fragmentación y yuxtaposición
de instituciones. Vale la pena anotar que la reforma volvió a crear el curso de
Historia en primero de bachillerato [hoy 6º] y se mantuvo el de grado cuarto
[hoy 9º] como Historia económica de Colombia.
Con dicha reforma se
establecieron al menos tres rupturas. La primera tiene que ver con la idea de
integrar el área de ciencias sociales por la Historia, la Geografía y la
Cívica, pero sin aclarar qué debía enseñarse de manera separada, asignando
carga horaria a cada una de las disciplinas. Así, se conservaba la antigua
separación entre Historia y Geografía, manteniendo la narración memorística de
acontecimientos, fechas y lugares que se consideraban importantes.
La segunda ruptura
está relacionada con la identificación de los actores que deben determinar los
contenidos de las ciencias sociales que deben ser enseñados. A manera
jerarquizada piramidal, se plantea que los científicos sociales son quienes
producen el conocimiento sobre lo social, los profesores de ciencias sociales
en la escuela transmiten los conocimientos producidos por otros y los
estudiantes reciben los conocimientos producidos y transmitidos por los dos
anteriores.
La tercera ruptura
tiene que ver con la utilización de la psicología conductual por los primeros
programas de tecnología educativa de 1978. Sin embargo, las fuertes críticas de
las que fue objeto por parte de los especialistas permitieron que se planteara
la incorporación de otra opción, como la Psicología Cognitiva, de reciente
desarrollo.
Desde inicios de los
setenta, Jorge Orlando Melo y Jaime Jaramillo Uribe, dos connotados
historiadores y académicos del mundo universitario en el país, habían
presentado al Ministerio de Educación, una propuesta para la enseñanza de la
Historia que apuntaba a la incorporación de autores y perspectivas de la
llamada “Nueva Historia”, lo que en los ochenta ayudaría a realizar un tránsito
moderado en la enseñanza desde la “tradicional” hacia la “nueva” Historia
[Jaramillo y Melo: 1997].
Ya para la década de 1980,
se presentó una incursión importante de la teoría de jean Piaget como
contrapeso al conductismo y la tecnología educativa en Colombia. Importantes
académicos del país y el surgimiento del llamado “Movimiento Pedagógico”, como
una propuesta de los docentes de la Federación Colombiana de Educadores,
empezaron a plantear importantes discusiones alrededor de la reforma curricular
y, en lo concerniente a las ciencias sociales, se renueva el interés por los
procesos cognitivos propios de la educación, en especial la necesidad de un
desarrollo cognitivo previo para la comprensión del tiempo y el espacio, que
permitan comprender acontecimientos históricos y ver su utilidad para las
sociedades del presente. En este contexto, los docentes manifestaron que la reforma
curricular se impuso unilateralmente, sin tenerlos en cuenta y sin preparación,
además, denunciaron que ésta se centró en el currículo, pero descuidó los
procesos de formación y acompañamiento docente.
Fue así que en 1984 el
Ministerio de Educación Nacional ordenó la aplicación de la reforma curricular
en todo el país a través del decreto 1002 de 1984, estableciendo los marcos
conceptuales y metodológicos desde la pedagogía activa, la Escuela Nueva y la
psicología cognitiva, derivada de la teoría piagetiana. La intención era acabar
con la memorización en la escuela, darle al estudiante un papel activo en el
proceso pedagógico y valorar la cotidianidad en la enseñanza de las ciencias
sociales.
Esta reforma asumió la
especificidad del conocimiento científico de las ciencias sociales, lo que las
distanciaba de las ciencias naturales. Pero también se debe decir que, a pesar
de que desdeñaba la enseñanza patriotera y sentimental de la Historia, seguía
incorporando cátedras conmemorativas de efemérides [cátedra Bolivariana,
cátedra Mutis], con la ya conocida exaltación de los símbolos patrios y de los
héroes de la independencia.
La integración de las
ciencias sociales en el currículo fue una de las propuestas establecidas para
esta área. El MEN, con asesoría de la UNESCO, propuso la integración de las
disciplinas sociales en tres niveles:
“En el interior de las
áreas de conocimiento, entre diferentes asignaturas para llegar finalmente a la
disolución de las barreras disciplinares. Como justificación del enfoque
integrador se arguyeron razones psicológicas y sociales para optar por una
mirada globalizadora de la educación. Tanto el llamado “sincretismo infantil”
como la complejidad de la realidad social se convirtieron en las razones
fundamentales que otorgaban pertinencia a este proyecto”. [Acevedo y Samacá,
2012: 236].
La aplicación de esta
reforma generó una particular connivencia entre el nuevo y el antiguo
currículo. Los docentes recibieron múltiples versiones de lo que debían
desarrollar, no estaban claros los mecanismos, no se contaba con planes o
programas de área, por lo que no se pudo entender completamente el
funcionamiento del sistema.
Entrando al decenio de
1990, el mundo experimentaba una serie de cambios importantes en los ámbitos de
la vida social, política y económica, especialmente marcados por la caída del
bloque soviético y la materialización de las medidas del modelo neoliberal que
se venían gestando años atrás, aparejadas con la globalización de las
sociedades alrededor del mundo. En este contexto, la idea de calidad educativa
se relacionó directamente con la equidad, ya que podía significar igualdad de
oportunidades para el ingreso al mercado laboral.
Para 1991 se publicó
la nueva Constitución Política de Colombia, que propugnaba por una sociedad más
democrática y participativa, con un importante énfasis en “lo social” y que
intentaba modernizar al Estado y prepararlo para los nuevos retos de la
globalización y el neoliberalismo. Con estos antecedentes, sale a la luz la Ley
General de Educación de 1994, de la que se desprenden los lineamientos
generales [indicadores de logros y procesos curriculares] por medio de la
resolución 2343 del 5 de junio de 1996, que estructuraron el área de ciencias
sociales, compuesta por Historia, Geografía, Constitución Política y
democracia. Aquí, se enfatizaba en los conocimientos espaciales para los
primeros grados, luego se incorporaban los aspectos temporales hasta que se
llegaba a la educación media en la que se relacionaban otras disciplinas y se
desarrollaban análisis de los problemas colombianos en un contexto mundial.
Con la influencia del
constructivismo, se asumió que la pedagogía debería abordarse como un proceso
de comprensión e interpretación. Así, la enseñanza fue dirigida hacia el plano
de la interpretación histórica, abordada desde los contextos cotidianos,
estableciendo descentración en el tiempo y el espacio de la representación
social. La experiencia cotidiana del estudiante no se reducía a lo vivido en su
localidad, sino que estaba atravesada por los medios de comunicación y otras
interacciones que les muestran una imagen del pasado y el futuro.
Podríamos decir que
para estos años, la enseñanza de las ciencias sociales y, particularmente la
Historia, se mantuvo en una constante desorganización, intentando aplicar las
políticas educativas sin mucho éxito práctico. Es así que la enseñanza de la
Historia se vio afectada por la reducción de casi la mitad de su tiempo en la
escuela, lo que significaría [entre otros factores] la imposibilidad de cumplir
con el papel de formación ciudadana y del sujeto que se esperaba de ella. Según
Diego Arias [2015]
“Para escándalo de los
historiadores, bajo esta denominación, y hasta la fecha, la ley organizó un
compilado desarticulado de materias sin norte ni jerarquía alguna, haciendo que
no sólo desaparecieran los postulados disciplinares, en aras de una supuesta
interdisciplinariedad [Montenegro 1999; Sánchez 2013], sino que su tiempo
escolar se comprimió al extremo de dejar un solo bloque académico en unas pocas
horas a la semana [de 2 a 4 horas dependiendo de la institución]”. [Arias, 2015, p.139]
De igual manera, la
enseñanza de las ciencias sociales pasa de basarse en la Historia y la
Geografía, relacionando otras disciplinas, a adjudicarse un carácter exclusivamente
interdisciplinar, al menos en el planteamiento de contenidos de enseñanza,
porque lo cierto es que no es para nada claro en proponer las estrategias
didácticas para llevarlo a cabo. A lo anterior, se le suma que la enseñanza de
las ciencias sociales iba aparejada a otra serie de programas como la
constitución política, la democracia, la justicia, la paz, la solidaridad, el
cooperativismo y los derechos humanos.
En el siglo XXI, la
tendencia está marcada por los planteamientos constructivistas en la educación,
con la intención de formar sujetos críticos, creativos y participantes de las
lógicas sociales desde su contexto. En este marco, varios investigadores como
Howard Gardner [con la teoría de las inteligencias múltiples], propuestas como el
Proyecto Zero de la Universidad de Harvard con su Enseñanza para la Comprensión
y el modelo francés de la pedagogía por proyectos, se han convertido en el
común denominador de los proyectos educativos en Colombia durante lo que va
transcurrido del siglo.
Así mismo, se
evidencia una clara influencia de varios organismos internacionales como el
Banco Interamericano de Desarrollo [BID], el Banco Mundial [BM] y el consenso
de Washington en los planteamientos de las políticas públicas en materia de
educación para el país:
“Es decir, las
instituciones educativas se convierten en empresas, donde los docentes y
rectores son sus administradores y los padres de familia y estudiantes son los
clientes. Por lo tanto, el Proyecto Educativo Institucional, PEI, los planes
curriculares y los sistemas evaluativos están supeditados por los recientes
estándares de calidad, bajo una dinámica netamente de mercado. Este proceso ha
sido denominado “la mercantilización de la educación”. [Guerrero, 2011, p.
203].
En 2002, el Ministerio
de Educación Nacional, expidió los Lineamientos Curriculares para cada una de
las áreas, que derivaban de la Ley General de Educación. Se buscaba con ellos
dar una guía y apoyo a los docentes en términos conceptuales y metodológicos.
Se dejan ver planteamientos importantes como la interacción de pre-teorías del
estudiante, el conocimiento científico y el conocimiento escolar, entendiendo a
la educación como un proceso dinámico y reflexivo.
Dos años después, en
2004, el mismo ministerio divulgó los Estándares Básicos de Competencias en
ciencias sociales. Este discurso de las competencias en la educación se enfocó
en la competitividad y la productividad, haciendo referencia a la calidad y la
eficiencia de la educación, pero dejando de lado la perspectiva garantista del
derecho a la educación.
Tanto los Lineamientos
como los Estándares planteados por el Ministerio de Educación, que siguen
vigentes en el momento para las instituciones educativas del país, han sido
criticados por docentes e investigadores del tema por su tendencia hacia el
excesivo pragmatistmo y eficientismo del sistema educativo, enfatizando en los
llamados conocimientos útiles, lo que derivó, entre otros, en minimizar el
tiempo y espacio de enseñanza de las ciencias sociales, al considerarlas un
conocimiento superfluo [Sánchez y Bolívar, 2015].
Así mismo, en los
últimos años se ha despertado la discusión alrededor de la integración de la
historia dentro del área de ciencias sociales. Para algunos, no se trata de
centralizar en la historia la enseñanza de los procesos y fenómenos sociales,
sino de que exista una real integración o interdisciplinariedad, pues hasta
ahora lo que se ha visto en las escuelas es un uso desarticulado de las
disciplinas o una continuación de la antigua primacía de la Historia y la
Geografía bajo la máscara de ciencias sociales. Por otro lado, hay quienes
plantean la necesidad de darle más protagonismo a la Historia en la escuela,
aumentando sus horas de estudio y diferenciándola de las demás disciplinas
sociales, aunque pueda hacer uso de ellas para la interpretación de algunos
fenómenos, como lo plantea la ley 1874 del 27 de diciembre de 2017, a la que se
hace referencia al inicio de este artículo.
Lo cierto es que el
estudio de los procesos de cambios y continuidades que presenta la historia de
la enseñanza escolar de esta disciplina, se hace cada vez más importante para
comprender las intenciones políticas, ideológicas, económicas y
socio-culturales que subyacen en los diferentes proyectos educativos que se desarrollan
en el país, así como sus logros y fracasos, que han impactado en el devenir de
nuestro país. Por ahora, lo que se puede concluir es que desde finales del
siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la enseñanza de la Historia se
dirigió hacia la creación de una identidad nacional, basada en el sentimiento
de amor a la patria y a través de relatos épicos, moralizantes y aleccionadores
que tenían como modelo a los llamados “héroes de la patria”. Así mismo, desde
la mitad del siglo XX hasta la actualidad, la tendencia ha sido utilizar a la
Historia escolar para construir un espíritu democrático liberal y unas
competencias que le permita a los estudiantes participar de manera activa en
las lógicas del neoliberalismo y la globalización, todo ello enmarcado en un
discurso de la calidad educativa.
Es de esperar que
futuras investigaciones ahonden en varios aspectos poco trabajados sobre este
proceso, como lo pueden ser las prácticas escolares, los roles del maestro, del
estudiante y de las directivas de la educación, las aplicaciones didácticas,
las diferencias entre la enseñanza universitaria y la escolar; eso nos
permitiría comprender de una manera más clara las intenciones, prácticas e
impactos de la enseñanza de la Historia en Colombia.
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Andrés Felipe
Castañeda Morales - Docente-investigador - Universidad Santiago de Cali -
Estudiante Doctorado de investigación en Humanidades, Artes y Educación,
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Dentro de la revisión de larga duración que propone ¿Cuál ha sido según su opinión el momento o momentos en los que la discusión curricular en Colombia abrió una posibilidad real de cambio en la concepción de los contenidos sustantivos de enseñanza de la historia?
ResponderExcluirProf. Javier Ibagón Martín
La verdad, considero que esa precisamente ha sido una deuda histórica, pues los cambios relacionados con los contenidos de enseñanza de la historia en el país han sido muy pocos y muy superficiales. Hasta hoy podemos ver que lo que se enseña en las escuelas guarda una gran continuidad desde finales del siglo XIX e inicios del XX. Claro, se dieron pequeños cambios, como los de la reforma de los gobiernos liberales en la primera mitad del siglo XX o los del 70 y 80, donde se intentó involucrar la perspectiva de la nueva historia. Sin embargo, vuelvo a decirlo, considero que es algo que todavía está por hacer.
ExcluirAndrés Felipe Castañeda Morales
ExcluirTeniendo en cuenta que la lógica y alcance de formulación del proyecto original de lo que terminó siendo la ley 1874 de diciembre de 2017, fueron modificados sustancialmente en su transito por el Congreso ¿Considera usted que dicha ley permitirá efectivamente introducir cambios significativos en la estructura de la enseñanza escolar de la historia en Colombia? ¿Por qué?
ResponderExcluirProf. Javier Ibagón Martín
Buen día.
ExcluirHabrá que esperar a que el MEN y la comisión elegida aclare la aplicación práctica de su propuesta. Sin embargo, tal como se ven las cosas, no creo que signifique un cambio sustantivo, pues no sólo se trata de más horas de clase (que en últimas no se añadieron), ni de separarla de las ciencias sociales (que tampoco se hizo), sino de plantear una perspectiva pedagógica que permita el abordaje crítico de la historia desde los territorios, haciendo uso del método del historiador y de los conceptos de segundo orden, permitiendo la movilización de su conciencia histórica para orientar su vida en el presente y hacia el futuro. Pero eso, según veo, no es lo que se está proponiendo.
Andrés Felipe Castañeda Morales
ExcluirEn su opinión ¿Qué lugar debe ocupar la psicología y la pedagogía en la reflexión teórica y práctica sobre la enseñanza y el aprendizaje de la historia? ¿Qué lugar debe ocupar la epistemología de la historia en esa discusión?
ResponderExcluirEs evidente que la pedagogía tiene una relación importante con la psicología, en términos de su aporte relacionado básicamente con las formas de aprender. Creo que ese aporte se debe seguir teniendo en cuenta (al menos hasta que haya otro aporte mejor, tal vez relacionado con las neurociencias). Sin embargo, también se ha criticado mucho ciertas formas mecanicistas de abordar la enseñanza de la Historia usando sin contextualización las teorías evolucionistas del aprendizaje. Creo que es aquí donde la epistemología de la historia, por ejemplo la propuesta de Rüsen, lograr particularizar las lógicas propias de la enseñanza y el aprendizaje de la Historia. Es decir, creo que la epistemología de la Historia debe tomar un papel más protagónico en la enseñanza de la historia a todos los niveles.
ExcluirAndrés Felipe Castañeda Morales
ExcluirEn su opinión ¿Qué lugar debe ocupar la psicología y la pedagogía en la reflexión teórica y práctica sobre la enseñanza y el aprendizaje de la historia? ¿Qué lugar debe ocupar la epistemología de la historia en esa discusión?
ResponderExcluirProf. Javier Ibagón Martín
Es evidente que la pedagogía tiene una relación importante con la psicología, en términos de su aporte relacionado básicamente con las formas de aprender. Creo que ese aporte se debe seguir teniendo en cuenta (al menos hasta que haya otro aporte mejor, tal vez relacionado con las neurociencias). Sin embargo, también se ha criticado mucho ciertas formas mecanicistas de abordar la enseñanza de la Historia usando sin contextualización las teorías evolucionistas del aprendizaje. Creo que es aquí donde la epistemología de la historia, por ejemplo la propuesta de Rüsen, lograr particularizar las lógicas propias de la enseñanza y el aprendizaje de la Historia. Es decir, creo que la epistemología de la Historia debe tomar un papel más protagónico en la enseñanza de la historia a todos los niveles.
ExcluirAndrés Felipe Castañeda Morales
ExcluirEn su opinión ¿Qué lugar debe ocupar la psicología y la pedagogía en la reflexión teórica y práctica sobre la enseñanza y el aprendizaje de la historia? ¿Qué lugar debe ocupar la epistemología de la historia en esa discusión?
ResponderExcluirProf. Javier Ibagón Martín
Es evidente que la pedagogía tiene una relación importante con la psicología, en términos de su aporte relacionado básicamente con las formas de aprender. Creo que ese aporte se debe seguir teniendo en cuenta (al menos hasta que haya otro aporte mejor, tal vez relacionado con las neurociencias). Sin embargo, también se ha criticado mucho ciertas formas mecanicistas de abordar la enseñanza de la Historia usando sin contextualización las teorías evolucionistas del aprendizaje. Creo que es aquí donde la epistemología de la historia, por ejemplo la propuesta de Rüsen, lograr particularizar las lógicas propias de la enseñanza y el aprendizaje de la Historia. Es decir, creo que la epistemología de la Historia debe tomar un papel más protagónico en la enseñanza de la historia a todos los niveles.
ExcluirAndrés Felipe Castañeda Morales
ExcluirHa hablado del recorrido de la enseñanza de la historia escolar colombiana, con abordaje de distintas categorías de enseñanza influenciadas a lo largo de estos años por cuestiones económicas, políticas, sociales, religiosas etc. ¿En que momento cree que se encuentre Colombia para integrar categorías de equidad de género y diversidad, considerando el machismo latinoamericano?
ResponderExcluirBuen día Daniela.
ResponderExcluirEn Colombia se han realizado importantes discusiones al respecto del papel de la mujer en la historia del país y de su ocultamiento en los libros y en la enseñanza, en especial desde la década del 1980, con la incursión de la perspectiva de nueva historia. Sin embargo, los cambios curriculares han sido muy tímidos y sin contundencia. Todos esperamos que en la implementación de la nueva ley sobre la enseñanza de la historia se deje más evidente este abordaje tan importante para la configuración de nuestra identidad y para entendernos como sociedad.
Att. Andrés Felipe Castañeda Morales.
Profesor buenas tardes. Aquí en Londrina, en la universidad donde me gradué en el área de Historia y enseñanza, se lleva a cabo dentro del departamento de Historia, un logro de hecho. ¿Cómo sucede en su país y qué programas o diálogos se realizan entre la academia pensando en enseñar Historia con prácticas escolares, con la escuela?
ResponderExcluirHelena Ragusa Granado
Buen día Helena. Acá en Colombia existen diferentes programas universitarios que relacionan pedagogía e Historia, como: Licenciatura en Historia y Licenciatura en Ciencias sociales. El problema es que, a veces, esta relación no es muy clara, como debería, por lo que se profundiza más en lo histórico que en lo pedagógico.
ExcluirAtt. Andrés Felipe Castañeda Morales.
Este comentário foi removido pelo autor.
ResponderExcluirCaro Andrés. Segundo Saviani no Brasil nossos projetos curriculares e não diferentemente para a história se alternavam contraditoriamente, como uma antítese. A sucessão e mudança radical dos currículos criou junto ao professorado uma autonomia metodológica própria significativa. O currículo é visto em parte, como uma exigência burocrática, e dada a pouca ou nenhuma formação continuada pouco modificam o currículo real ou oculto, desenvolvido pelos professores. Pergunto Na Colômbia existe algo semelhante? Abcs
ResponderExcluirEverton Carlos Crema
Buen día Everton. De la misma forma ha sucedido en Colombia, en especial desde la segunda mitad del siglo XX, pues ante los constantes cambios, que no son claros o no se explican bien a los profesores, ellos, en la práctica del aula, han mantenido un currículo oculto, sobretodo relacionado con la enseñanza de las ciencias sociales centrada en la antigua forma centrada en la Historia y la Geografía, lastimosamente de una manera memorística y tradicionalista.
ExcluirAtt. Andrés Felipe Castañeda Morales.